Para alguien que gracias a su estatura siempre estuvo de primero en todas las formaciones del colegio, la autoridad que ejercía la directora del plantel se veía reforzada por los casi dos metros que ella medía. Ella disciplinaba, sin necesidad de gritar o utilizar la fuerza con una efectividad que cualquier militar envidiaría. Cuando cualquier maestra o maestro mencionaba la Directora como recurso para solventar un problema, la bandera blanca ondeaba inmediatamente del lado nuestro sin más negociación.
La mayoría de nosotros sólo queríamos escuchar la voz de la directora cada Lunes, a través del parlante de la dirección, diciendo:
"Los alumnos que izarán la Bandera por haberse destacado en disciplina y rendimiento son: Juliana González y Gilberto Contreras"
Se sentía un fresco al imaginarse que la directora se encontraba en una oficina y que nuestro contacto con ella iba a estar limitado a solamente al primer día de la semana. Cuando se dirigiría a nosotros para hacernos saber quienes eran esos niños, que muertos de miedo estaban izando una Bandera con estrellas por dientes. Que parecía reírse mientra era izada al revés y nosotros desde la formación no aguantábamos las risas. Esos lunes eran llamados "Lunes Cívicos". Donde además de los dos chicos izando la Bandera, una sección del Colegio sacrificaba otros cinco niños. Quienes leían con una voz temblorosa, notas históricas mientras la Directora sostenía el micrófono.
En los recreos siempre un valiente que había sobrevivido una visita a la dirección contaba sus experiencias. De cómo habían sido tratados en aquella oficina. O cómo sus representantes citados. Aquellos más osados describían como se firmaba el libro de vida. El libro de vida, que yo imaginaba como un documento que la policía entregaba a la escuela por los seis años de primaría. Y que luego sería entregado al liceo y a cualquier consecuente institución de la que uno fuera a formar parte (todavía hoy tengo teorías conspirativas acerca la verdadera naturaleza de aquel libro).
Mientras iba avanzando en el colegio, fueron más seguidos mis contactos con la Directora. Entonces resultó ser que mis miedos, como todo terror infantil, se trataba de exageraciones sin ninguna base real. Con el tiempo, su disciplina venía a formar parte de su personalidad y uno se acostumbraba. Ya en el liceo perdí todo contacto con ella. Y no fue hasta al recibir mi título de Bachiller, cuando la Directora del Colegio fue una de la personas que estrechó mi mano. Fue todo un orgullo ser reconocido por aquella persona cuya voz todavía considero como un paradigma de la disciplina.