Thursday, December 11, 2008

No llevo pasajeros

La navidad en mi casa se acababa como el 14 o el 15 de diciembre porque se mudaba con nosotros a casa de mi abuelo.

I

Un día o dos después de que se terminaran las clases, mi mamá reclutaba a mi tía, a mi hermana, y a mi para comprar pasajes. Nos levantábamos bien temprano y antes de que el metro abriera, ya estábamos en la estación. Llegábamos a la Hoyada a eso de las 6:00 de la mañana y caminábamos hasta el terminal. Al llegar nos dividíamos,mi tía en Expresos Los Llanos, mi Hermana en Expresos Occidente, mi mamá en Expresos Mérida, y yo en cualquiera de los demás. De más está decir que ya a esa hora había gente haciendo colas frente a las oficinas que habrían alas 8:30. De a rato a rato, y después de haber ganado suficiente confianza con la otra gente en su cola, mi mamá hacía rondas para verificar que tan cerca estábamos de la taquilla; y para traernos una empanada con un jugo de cuartico. Sólo ella tenía las cédulas y el dinero, así que en realidad era la única que podía comprar pasajes. Si teníamos suerte, después de las 11:00 de la mañana podíamos salir con pasajes para San Antonio del Táchira. Aunque muchas veces tuvimos que regresar al día siguiente y hacerlo todo otra vez, porque no se vendían pasajes con más de dos días de anticipación (lógica del Nuevo Circo).

El día del viaje llegábamos al Terminal del Nuevo Circo como cuatro horas antes de que saliera el bendito autobús. Mi hermana y yo sentados en las maletas esperábamos en el respectivo andén. El smog era tal que sin exagerar, las lagrimas se salían de los ojos por el humo. Después de averiguar el número del autobús que iba a salir a la hora que indicaba nuestro pasaje, mi mamá, mi papá y mi tía trataban de cazarlo. Para entonces los asientos no eran enumerados, así que los puestos dependían de que tan rápido abordaras el dichoso vehículo. Después del zaperoco de la abordada (que muchas veces incluía peinillasos y otras formas de disuasión por parte del orden público), a veces uno se encontraba con la sorpresa de que los boletos fueron "sobrevendidos" (las aerolineas no fueron los que inventaron ese negocio). Entonces se formaba el otro lío, de quien se quedaba y quien se iba. La llegada, abordada, y salida del "expreso" podía tomar hasta seis horas.

Después todo las discusiones se acababan y el autobús arrancaba. Yo, inmutable en la ventana, veía las luces de Caracas. Y cuando el autobús agarraba la subida de Tazón, yo no podía de la felicidad. Quería dormirme para despertarme ya estando más cerca de la casa de mi abuelo. Pero generalmente dormía poco. Ya que el propio viaje por tierra, de al menos doce horas, era ya en sí una aventura. Pero después cuento.

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Todavía tengo una promesa por cumplir con Romeo y Julieta. El problema se debe a que no he conseguido una copia del Humor y Amor de Aquiles Nazoa (por razones geográficas). Pero yo estoy vivo así que la promesa también lo está.