Cada vez que pienso en mi "familia" termino pensando en un montón de gente. Es una lista que crece sin darme cuenta y que a veces me parece injusto no meter a todo el mundo.
Estando todavía en el liceo, una señora estuvo viviendo en la casa porque su hija necesitaba un tratamiento médico en Caracas. Ella y su hija se quedaron en Casalta por un tiempo más bien largo, y nuestra relación creció de tal manera que somos familia sin serlo. Ella estuvo conmigo y mi hermana durante un tiempo de nuestra adolescencia donde hacía falta una señora que lo recibiése a uno con una sonrisa y lo viera a uno comer lo que se había recién cocinado.
Esa señora nos quiere como sus hijos y yo la trato como una de mis madres. Y cada vez que tengo la oportunidad de hablar con ella por teléfono, gasta todas las bendiciones que le tocaban ese día en mí. Ella es de los andes. Con un brazo fuerte para abrazar y para zarandear (porque también sabe regañar). Así que la Señora Flor es otra de mis mamás (al parecer existe un comando paramaternal que auxilia aquellos que nos quedamos sin madre a temprana edad).
Pero como siempre, hay malas noticias. Su hijo menor, el último de cuatro y sólo tres años menor que yo, murió hace poco.
Para bien o para mal, veo la muerte con la indiferencia del que por experiencia conoce que ese estado toca sin remedio y que no es justo o injusto sino sólo otra cosa más que pasa. Pero no puedo evitar pensar en la Señora Flor y su dolor. Simplemente, ningún padre debería sobrevivir a sus hijos.