Wednesday, March 12, 2008

La primera bala

La primera comunión tuvo lugar en una iglesia que quedaba en un sótano. No hubo fiesta después. Sólo las respectivas fotos del niño arrodillado y sosteniendo el diminuto libro de oraciones que jamás iba a volver a leer. Fue un sábado. Y la tarde pasó sin novedad, sólo el pequeño jugando con su nuevo reloj CASIO, que aunque no tenía luz propia tenía tres sonidos distintos para la alarma. El domingo comenzó normal, con la misa en la mañana y el respectivo helado después. Ya en la tarde, el niño buscando algo con que jugar encontró una caja con balas de distintos tamaños y colores. La información que él manejaba acerca de esos artefactos era casi nula, así que decidió utilizar el método científico y establecer sus propias conclusiones.

Lo primero que observó fue que unas balas tenían el circulo del fulminante (la parte que se golpea para accionarla) de papel y otras lo tenían de metal. Así que usando un clavo y la destreza que provee la curiosidad, les quitó el pedazo de papel a todas las balas. Vació la pólvora y le prendió fuego para su entretenimiento. Hasta ahora todo había sido manejado de tal forma que un niño de nueve años había logrado desactivar más de cinco balas sin ningún accidente y además en una clandestinidad absoluta. El problema vino cuando sólo quedaron balas con el círculo de metal. Allí un martillo entró a la escena. Y el pequeño científico usó el mismo clavo, pero ahora golpeándolo con la nueva herramienta.

La experiencia sólo pudo ser realizada una vez. El estruendo lo dejó atontado. Después de unos segundos, pudo entender que estaba en problemas. Se comenzó a revisar el cuerpo y el resto del cuarto. Una mancha de sangre estaba en la mitad del vidrio del escaparate de su hermana. Pero él no se veía ninguna herida. La mamá entro al cuarto, y viéndole la mano pegó un grito. La bala sólo alcanzó a rozar la punta del dedo medio de su mano izquierda y no hubo nada que lamentar.

El pequeño fue curado en casa y mintió en su colegio acerca de la venda, diciendo que se había quemado en la parrilla por su primera comunión. El chiquillo nunca fue castigado formalmente, quizás porque fue uno de esos pocos accidentes sin trágico final, a pesar de que envolvía balas y un niño . Así que el recuerdo de la primera comunión se vio opacado. Ya adulto, la conmoción de aquel día y la certeza de haberle quitado años de vida a su madre por culpa del susto es un recuerdo más fuerte que el de haber recibido la comunión.

Friday, March 7, 2008

Chorrote

El primer encontronazo entre lo que era el colegio y la manera en que se llevaban las cosas en el liceo, no fue la diferencia en el uniforme (camisa blanca o camisa azul), o que ahora teníamos tres períodos de descanso en vez de uno, o que ya uno tenía que irse o venirse a la casa por su cuenta. Fue la clase de literatura de séptimo grado. El profesor era un sacerdote, cuyo verdadero nombre nunca lo supe. Simplemente nos dijo: "me pueden llamar Chorrote". Chorrote era un hombre de Dios con unos lentes gruesos y de ascendencia española. Usaba siempre jeans y camisas a cuadros sin mangas con un bolsillo en el lado izquierdo del pecho, alojando permanentemente una caja de cigarrillos. En realidad era difícil imaginárselo consagrando algo en el altar. Pero tenía una manera de hablar, que si la honestidad tuviése un sonido, sería semejante al de su voz.

Este profesor consiguió la fórmula ideal para despertar en nuestras mentes, que todavía disfrutaban Mazinger Z ó Candy Candy, apreciación por buena literatura. En realidad su estrategia era simple: Si nosotros no leíamos, entonces Chorrote nos leería. En la hora y media que duraban sus clases tres veces por semana, este Padre empezó a leernos. Primero los cuentos de Horacio Quiroga. Cuentos de la selva (así también es el título del libro), que hablaban de venados, serpientes, y otros animales que se comportaban como humanos. Después de esos cuentos, nos leyó completo el "Relato de un Náufrago" de Gabriel García Marquez y allí hizo que tomara por primera vez el "Cien años de Soledad" que descansaba en la biblioteca de la casa (aunque no lo leí completo hasta noveno).

Las clases entonces eran interesantes (o para algunos aburridas). Cada uno en su pupitre, sin hacer nada, sólo escuchándolo y de vez en cuando mirando una paloma por la ventanas a la izquierda. Ahora entiendo a Chorrote y agradezco su pedagogía. Escuchándolo, uno se podía imaginar al pobre hombre en aquella balsa, tratando de comerse sus botas y matando una gaviota para después tirarla al mar. Disfrutar de esas lecturas era más fácil y entretenido que diferenciar sujetos de predicados, o tratar de buscar ideas principales en ensayos. Y de verdad, creo que más beneficioso. Lo de aprender haciendo, también se aplica a la literatura.

Espero que algún día yo también pueda tener una audiencia cautiva de casi cuarenta niños para hacer lo mismo. Mientras tanto, y gracias a Chorrote, sólo mi pobre hijo va a tener que soportarme leyendo en voz alta.

Tuesday, March 4, 2008

6toU and Brett

Sólo había trece de los catorce del grupo. Ya teníamos todo organizado. La disciplina de la casa del Junquito, valió la pena. Nos dividimos en grupos y creamos un plan de trabajo. Mientras unos se ocupaban del desayuno, otros recogían las camas improvisadas y limpiaban, y el resto descansaba. Luego para la segunda y última comida del día, los papeles se cambiaban y se rotaban las obligaciones. La comida estaba racionada, puesto que sabíamos exactamente el número de días que duraría nuestra estadía. Al llegar la noche, la sala principal se convertía en un campamento improvisado, donde colchonetas, chinchorros, hamacas y Tiburón con sus cuatro almohadas dejaban poco paso para caminar. Y los pobres que nos daba por vomitar después de beber, teníamos que hacer malabares para no caernos encima de alguien y poder llegar al patio, donde las gallinas agradecían nuestra visita. La dueña del lugar, la señora Concha, nos trataba con una ternura endurecida y se reía de nuestras imperfectas arepas. Todos los días teníamos un plan distinto, así que salíamos de la casa después de la primera comida y regresábamos al caer la tarde. Comíamos nuevamente y después bebíamos frente a la iglesia del pueblo. Se acabó entonces la semana, el dinero, y la comida. Pero el sábado 8 de Agosto de 1993, la tormenta Brett golpeó las costas de Margarita. Cerraron los puertos.
Todos estábamos de acuerdo que teníamos que irnos. 0k, 0k, pero pa' onde?