La señora Imelda era de las que hacia las cosas sin dar muchas vueltas. De las que callaba a cualquiera, sin importar su tamaño o su rango. Ella decía las cosas, te gustaran o no, si tenia la certeza de estar en lo cierto. A pesar de eso, se te podía acercar para preguntarte si se había coloreado su cara de la manera correcta. si no tenía más color de un lado que del otro. Y te podía pedir con una humildad que parecía del pesebre de Belén que le enhebraras una aguja, porque ya ella no podía hacerlo. Sus hermanos las respetaban como si fuera su mamá. Y algunos de los primos que eran Guardias Nacionales la obedecian mas que a un capitán.
Era la personificación del respeto que ganas por ser quien eres y no por el tíulo que posees.
Y es allí donde la genética juega su papel. El hijo, que ya a esta altura tiene el pelo tan enredado como su abuela, me dió su idea de lo que es ser alguien:
"Yo no quiero poder, yo sólo quiero respeto"
Abraham
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