Friday, March 7, 2008

Chorrote

El primer encontronazo entre lo que era el colegio y la manera en que se llevaban las cosas en el liceo, no fue la diferencia en el uniforme (camisa blanca o camisa azul), o que ahora teníamos tres períodos de descanso en vez de uno, o que ya uno tenía que irse o venirse a la casa por su cuenta. Fue la clase de literatura de séptimo grado. El profesor era un sacerdote, cuyo verdadero nombre nunca lo supe. Simplemente nos dijo: "me pueden llamar Chorrote". Chorrote era un hombre de Dios con unos lentes gruesos y de ascendencia española. Usaba siempre jeans y camisas a cuadros sin mangas con un bolsillo en el lado izquierdo del pecho, alojando permanentemente una caja de cigarrillos. En realidad era difícil imaginárselo consagrando algo en el altar. Pero tenía una manera de hablar, que si la honestidad tuviése un sonido, sería semejante al de su voz.

Este profesor consiguió la fórmula ideal para despertar en nuestras mentes, que todavía disfrutaban Mazinger Z ó Candy Candy, apreciación por buena literatura. En realidad su estrategia era simple: Si nosotros no leíamos, entonces Chorrote nos leería. En la hora y media que duraban sus clases tres veces por semana, este Padre empezó a leernos. Primero los cuentos de Horacio Quiroga. Cuentos de la selva (así también es el título del libro), que hablaban de venados, serpientes, y otros animales que se comportaban como humanos. Después de esos cuentos, nos leyó completo el "Relato de un Náufrago" de Gabriel García Marquez y allí hizo que tomara por primera vez el "Cien años de Soledad" que descansaba en la biblioteca de la casa (aunque no lo leí completo hasta noveno).

Las clases entonces eran interesantes (o para algunos aburridas). Cada uno en su pupitre, sin hacer nada, sólo escuchándolo y de vez en cuando mirando una paloma por la ventanas a la izquierda. Ahora entiendo a Chorrote y agradezco su pedagogía. Escuchándolo, uno se podía imaginar al pobre hombre en aquella balsa, tratando de comerse sus botas y matando una gaviota para después tirarla al mar. Disfrutar de esas lecturas era más fácil y entretenido que diferenciar sujetos de predicados, o tratar de buscar ideas principales en ensayos. Y de verdad, creo que más beneficioso. Lo de aprender haciendo, también se aplica a la literatura.

Espero que algún día yo también pueda tener una audiencia cautiva de casi cuarenta niños para hacer lo mismo. Mientras tanto, y gracias a Chorrote, sólo mi pobre hijo va a tener que soportarme leyendo en voz alta.

1 comment:

Unknown said...

que impresionante como recuerdas tantos detalles, tienes memoria de elefante..... saludos, aless