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Una persona, del pequeño grupo que lee lo que escribo (de paso, gracias mil a ustedes), me recordó una obra de teatro que montamos en noveno año. Así que prometí escribir acerca de ello. Pero haciéndolo me encontré con que no se puede hablar de Romeo y Julieta sin hablar de Bello. Así que primero lo primero.
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Cursando octavo año (para los que no se acuerdan fue el mismo año del caracazo), llegó al salón el rumor de un profesor de Literatura de Noveno que estaba en lios con los representantes. Este profesor había dejado un lado lo de Doña Barbara, Las Lanzas Coloradas y demás novelas "escolarmente" aceptables. Decidiendo que sus alumnos leyeran "La Misteriosa Desaparición de la Marquesita de Loria" de José Donoso. Es posible que tanto alboroto lo haya causado partes del texto como las que donde se describía muy bien como alguien aprovechaba la soledad "...buscando el misterioso botoncito del placer una y otra vez con sus dedos diestros en esa materia" (no puedo imaginarme la cara de algunas mamás al saber que sus criaturas estaba leyendo estas narraciones).
El profesor no perdió su empleo (¡bravo ITJO!). Así que cuando pasé a noveno, ya me estaba preparando para leer algo que iba a causar conmoción en nuestras casas. Bello, que supongo era su apellido, era un profesor joven que vestía Blazers (era finales de los 80's) y que desde el primer día nos dijo que no ibamos a necesitar un libro de texto.
Resultó que el célebre profesor no nos mandó a leer ningún libro escandaloso, en cambio nos llevó al Teresa Carreño a ver ballet clásico. "Coppélia" se llamaba la obra. La historia era de una muñeca, Coppélia, que cobraba vida y bailaba (todos bailaban en esa obra). Coppélia estaba enamorada de alguien y no recuerdo si al final se quedó con el tipo o no. La obra era narrada al principio de cada acto, por una voz femenina que parecía de aeropuerto. Pero este profesor le estaba pidiendo mucha atención a alguien que todavía veía los Thundercats. Así que principalmente me concentraba en los vestidos ceñidos de las bailarinas y a encontrarle parecido a los panas con los bailarines para hacer las respectivas bromas. Debo confesar que ese fue mi primer, y hasta ahora último, contacto con ese tipo de arte (el de la danza).
Luego Bello nos puso de tarea ir al cine (cosa extremadamente rara en bachillerato). La película era Batman. La primera y para mí la mejor de todas. Donde Jack Nicholson hace del Guasón y todavía no existía Robin. Luego en clase, analizando la película, el profesor nos hablaba de las luces y los escenarios. Y de como el tono lúgubre de esa Ciudad Gótica contribuía con la parafernalía del encapuchado.
En esa clase de literatura, las pruebas trimestrales eran en hojas de examen (de recordarlas ya me da sensación de examen). No teníamos que memorizar nada. Solamente escribir una historia que ocupara las cuatro páginas y que incluyera los personajes que el indicaba (Batman y Coppélia eran una fija). El último proyecto fue lo de la obra de teatro, de la que yo fui partícipe. Pero eso lo contaré luego (seguro O.S.).
El profesor Bello era un rebelde con causa, atípico para un liceo en muchas formas. Creo que precisamente por eso era que encajaba tan bien en el nuestro. La verdad que no se que fue de él y a los que he preguntado tampoco lo saben. Espero esté bien y ya haya dejado de usar blazers de colores pasteles.
Tuesday, May 20, 2008
Tuesday, May 13, 2008
Mayonesa y aluminio
Antes de cerrar la última reja de la casa, para irme al colegio, sólo había una cosa que revisaba: que mis cuadernos del colegio se estuviesen calentando con la arepa recien hecha por mi mamá y que estuviese bien envuelta en papel aluminio.
La arepa era una forma de medir la economía familiar por esos días. Muchas veces, mi mamá rellenaba la arepa con mayonesa (si es posible llamarle a la mayonesa "relleno"), simplemente porque el queso Paisa no había alcanzado para toda la quincena. Entonces esos recreos eran algo así como sombríos. No es que la arepa con mayonesa sea mala, de hecho me encanta. Pero es que la mayonesa sufre un proceso degenerativo una vez que se calienta sobre la arepa. Cuando era hora de comérsela, la arepa además de fría parecía bañada en un aceite que lejanamente reflejaba el sabor de la auténtica mayonesa (valga la cuña). Y lo peor de todo, era que después el papel aluminio no servía para hacer pelotas (de las que las leyendas de entonces decían que le podían sacar un ojo a un niño).
Los días de queso Paisa eran normales. Por supuesto que la arepa estaba fría, pero el sabor de queso derretido encima tapaba lo desagradable de la temperatura. A veces me iba comiendo más arepa que queso y dejaba el queso para último, para disfrutarlo más. El papel aluminio de esas arepas era el propio. Se apelotonaba fácil y no dejaba las manos manchadas de grasa después.
Pero también estaban los días especiales. En los que mi mamá pasaba la arepa por posturas de gallina y después la freía. O la rellenaba con un guiso de pollo o carne mechada hecho en el caldero negro del año de la cataplum. Entonces daba lástima comerse la arepa, de lo sabrosa que estaba. Eran tan fácil de comer que no había que gastar los 1,50 en un refresco porque pasaba sola, a secas.
No recuerdo cuando fue que me comí la última arepa hecha por mi mamá, mucho menos si le dije algo después. Por eso cada vez que una señora me cocina una, esté como esté, me la como completa y dándole las gracias le digo lo sabrosa que le quedó. Si todavía te la hacen tí, regálale al menos eso a tu mamá, mira que las mejores arepas siempre serán las de ella.
La arepa era una forma de medir la economía familiar por esos días. Muchas veces, mi mamá rellenaba la arepa con mayonesa (si es posible llamarle a la mayonesa "relleno"), simplemente porque el queso Paisa no había alcanzado para toda la quincena. Entonces esos recreos eran algo así como sombríos. No es que la arepa con mayonesa sea mala, de hecho me encanta. Pero es que la mayonesa sufre un proceso degenerativo una vez que se calienta sobre la arepa. Cuando era hora de comérsela, la arepa además de fría parecía bañada en un aceite que lejanamente reflejaba el sabor de la auténtica mayonesa (valga la cuña). Y lo peor de todo, era que después el papel aluminio no servía para hacer pelotas (de las que las leyendas de entonces decían que le podían sacar un ojo a un niño).
Los días de queso Paisa eran normales. Por supuesto que la arepa estaba fría, pero el sabor de queso derretido encima tapaba lo desagradable de la temperatura. A veces me iba comiendo más arepa que queso y dejaba el queso para último, para disfrutarlo más. El papel aluminio de esas arepas era el propio. Se apelotonaba fácil y no dejaba las manos manchadas de grasa después.
Pero también estaban los días especiales. En los que mi mamá pasaba la arepa por posturas de gallina y después la freía. O la rellenaba con un guiso de pollo o carne mechada hecho en el caldero negro del año de la cataplum. Entonces daba lástima comerse la arepa, de lo sabrosa que estaba. Eran tan fácil de comer que no había que gastar los 1,50 en un refresco porque pasaba sola, a secas.
No recuerdo cuando fue que me comí la última arepa hecha por mi mamá, mucho menos si le dije algo después. Por eso cada vez que una señora me cocina una, esté como esté, me la como completa y dándole las gracias le digo lo sabrosa que le quedó. Si todavía te la hacen tí, regálale al menos eso a tu mamá, mira que las mejores arepas siempre serán las de ella.
Wednesday, May 7, 2008
El lugar secreto
El edificio de talleres del liceo albergaba las aulas de Dibujo Técnico, Electricidad y Contabilidad. Todas ellas se encontraban en el segundo piso (con excepción del taller de electricidad de noveno que se encontraba en la planta baja, justo en frente de la cancha de volleyball) . Lo curioso era que nadie sabía (o por lo menos yo no), qué había en el primer piso. Al subir las escaleras, que empezaban justo al lado de la oficina del director, sólo podía verse el descanso que correspondía al primer piso y unas rejas a la derecha que siempre estaban abiertas. Pero no había iluminación ni ventanas en esa parte del edificio, así que lo que las rejas estaba resguardando no era muy obvio.
Si uno se atrevía a explorar, encontraba que esas rejas daban paso a un pasillo largo que terminaba en unas puertas grandes, de madera. Y a mano derecha de esa entrada estaba un pequeño pasillo que bien podía parecer una entrada secreta (por el polvo y por la oscuridad). Ese desvío conducía a un par de pequeñas puertas que siempre estaban cerradas, y que al parecer nunca habían sido abiertas. Frente a esas puertas y estando en octavo grado dí (o me fue dado, nunca lo sabré) lo que yo creo fue mi primer beso.
Es lo que yo creo fue mi primer beso, por que bajo ciertos patrones lo que ocurrió allí no pudiese ser considerado ni siquiera un mal abrazo. Las razones: No se podía ver nada (cosa necesaria cuando no se sabe lo que se está haciendo), era peligroso (a esa edad casi que cualquier contacto con el sexo opuesto lo era), y además no tenía tiempo (fue durante el segundo recreo de diez minutos).
De todas formas para efectos de mis memorias siempre he considerado esa mi entrada al mundo de las expresiones afectivas con gente que no es familia de uno (osea lo de las primas no vale). Y siempre el momento lo he utilizado para recordarme que no en todas las ocasiones las primeras impresiones son importantes.
Si uno se atrevía a explorar, encontraba que esas rejas daban paso a un pasillo largo que terminaba en unas puertas grandes, de madera. Y a mano derecha de esa entrada estaba un pequeño pasillo que bien podía parecer una entrada secreta (por el polvo y por la oscuridad). Ese desvío conducía a un par de pequeñas puertas que siempre estaban cerradas, y que al parecer nunca habían sido abiertas. Frente a esas puertas y estando en octavo grado dí (o me fue dado, nunca lo sabré) lo que yo creo fue mi primer beso.
Es lo que yo creo fue mi primer beso, por que bajo ciertos patrones lo que ocurrió allí no pudiese ser considerado ni siquiera un mal abrazo. Las razones: No se podía ver nada (cosa necesaria cuando no se sabe lo que se está haciendo), era peligroso (a esa edad casi que cualquier contacto con el sexo opuesto lo era), y además no tenía tiempo (fue durante el segundo recreo de diez minutos).
De todas formas para efectos de mis memorias siempre he considerado esa mi entrada al mundo de las expresiones afectivas con gente que no es familia de uno (osea lo de las primas no vale). Y siempre el momento lo he utilizado para recordarme que no en todas las ocasiones las primeras impresiones son importantes.
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