Tuesday, August 19, 2008

Con usted, yo voy a donde me lleve

Mi papá siempre llegaba en la madrugada, como ya dije antes era mesonero. Estando yo bastante pequeño (menos de cinco), el se acercaba a la cama y me despertaba para que orinara en la vasinilla (si no sabes lo que es no te culpo). Eso me ahorraba tener que pasar por todo el trajín de haberme orinado en la cama; pues si, yo me orinaba en la cama aún después de haber dejado los pañales. Ese era el primer contacto del día con el. Luego no lo veía más hasta que yo llegaba del colegio, cuando después de su siesta, se levantaba a bañarse y a tomarse un café para irse otra vez a trabajar. Así que durante los días de semana el contacto que teníamos mi hermana y yo con el no era mucho (el tenía un día libre a la semana, pero eso es otra historia). La verdadera acción era durante los fines de semana.

A pesar de que mi padre tenía que seguir trabajando sábados y domingos, esos días se armaba de una energía que cualquier maratonista envidiaría. Desde la mañana, se cargaba una bicicleta (la de mi hermana), un triciclo (el mio), una pelota, el carrito de turno, una cantimplora roja con agua, a mi mismo en caballito y a mi hermana de la mano. Con toda ese cargamento y confiando en el sistema de transporte público, conocimos casi que todos los parques de Caracas: el Arístides Rojas, El Parque del Este, el Zoológico del Pinar, el parque de Vista Alegre, el Zoológico de Caricuao, y un parque que queda en el medio de Catia (como a cuatro cuadras del mercado) que no recuerdo cómo se llama. En ese mismo parque mi hermana se rompió la frente contra unos tubos y le agarraron unos puntos. ¡El lío que se ganó mi papá aquella vez!

A veces no íbamos para un parque, sino que subíamos a la montaña (Casalta III tenía todavía partes verdes, donde inclusive se podía ver algunos animales silvestres). Allí jugábamos fútbol, recogíamos piedras, descubríamos bichos, y jugábamos a campo abierto. Entre juegos mi papá trataba de explicar todo con la sabiduría que le había dado haberse criado en el campo,una vida entregada al catolicismo y los cuarenta mil oficios que ejerció (desde ayudante en una funeraria hasta soldado, pasando por heladero y barbero). Nos explicaba como todo había estado antes cubierto por agua y que por eso encontrábamos en las montañas rocas similares a la de los ríos. Identificaba los pájaros por el sonido que hacían.Señalaba plantas por su nombre y nos decía para qué tipo de dolencias eran buenas (de todas sólo recuerdo la mata de árnica que tiene una flor amarilla como el girasol y que sirve para los golpes). Nos aconsejaba desconfiar de los amigos como de las aguas mansas. Y entre nuestras brincaderas y pelotas nos dosificaba con gotas de sabiduría.

Envidio esa energía de mi papá. El nunca estaba cansado para jugar con nosotros. A pesar de que por su trabajo lo más seguro era que si estuviera. Mi papá ya tiene mas de 70 años, y todavía tiene esa motivación de andar con sus hijos. La última vez que le pedí que me acompañara a Mérida por carretera me dijo: “con usted, yo voy a donde me lleve”. Y con todo y sus loqueras (que por cierto, yo heredé) y su interminable verborrea (que también parece que me la heredó) la pasamos de lo mejor.

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