El litro de leche venía en un cartón azul. Era Carabobo. En realidad no era un litro, el paquete lo decía clarito: 750 ml. Desde pequeño he tenido la costumbre de leer el envoltorio de casi todo (y creo que mi hijo lo heredó). De todas formas mi mamá me daba un fuerte y me mandaba a comprar el litro de leche y 2,50 en pan francés. Yo bajaba los siete pisos, cruzaba al lado de la cancha, bajaba las escaleras que llevaban al Bloque 30 y al final volteaba a la derecha. La Panadería se llamaba Flor de Casalta. Y para hacer honor a las cosas, todos los que trabajaban en la panadería eran de ascendencia portuguesa.
El pan caliente salía como a las 5:00. Yo bajaba un poco antes para poder regresar y ver Mazinger. Los panes eran 4 por Bolívar. Pero no siempre yo regresaba con diez panes. En ocasiones sólo traía nueve y subía las escaleras masticando un Papa-Upa de medio.
La cena era frente al televisor. Se acababa conmigo lavando los platos y mi hermana secándolos, o viceversa. Con tiempo suficiente para otro poco de televisión, preparar el uniforme, los cuadernos, y acostarse a dormir. Era fácil tener nueve años.
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