El colegio era de Jesuítas, aunque no tenía ningún maestro que fuera sacerdote. La idea, que me parece genial, era la de proveer al estudiante con los conocimientos necesarios par poder ejercer un oficio lo más pronto posible. Todo esto al mismo tiempo en que se enseñaban las mismas materias que en otras primarias. La diferencia estaba en la clase llamada "Formación para el trabajo". Que en las mentes de los que dirijían el plantel, era enseñar como dibujar y trabajar la madera. Lo de la madera se puede explicar por lo de la carpintería de San José, pero me cuesta imaginar un santo con una regla T y un compás tratando de hacer un triángulo equilátero en papel pergamino y con tinta china. De todas formas, algo saqué de la clase de Dibujo Técnico. Aprendí que mi mamá mantendría su palabra así me costara puntos en el boletín. Y además que mi papá era tan noble que a pesar de llegar del trabajo de madrugada (era mesonero) iba a salir corriendo al colegio a ayudarme en lo que fuera.
El asunto era que los trabajos de Dibujo Técnico se guardaban en una carpeta personalizada. Para evitar que las laminas se dañaran (cosa probable en las manos de un niño de 10 años), uno traía la carpeta sólo los días en que tenía clase de Dibujo Técnico. Si se te olvidaba, estabas frito. Yo me freí varias veces. La primera vez que pasó llamé a la casa (usando un teléfono publico de los grises de discado) y le pedí a mi mamá que me trajera la carpeta; ella lo hizo. La segunda vez volvía llamar y ella lo hizo otra vez. Pero me dijo que no la volviera a llamar por eso. La tercera vez que dejé la carpeta, llamé a la casa. Mi mamá respondió, y entonces le pedí que me pasara a mi papá.
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