La navidad en mi casa se acababa como el 14 o el 15 de diciembre porque se mudaba con nosotros a casa de mi abuelo.
I
Un día o dos después de que se terminaran las clases, mi mamá reclutaba a mi tía, a mi hermana, y a mi para comprar pasajes. Nos levantábamos bien temprano y antes de que el metro abriera, ya estábamos en la estación. Llegábamos a la Hoyada a eso de las 6:00 de la mañana y caminábamos hasta el terminal. Al llegar nos dividíamos,mi tía en Expresos Los Llanos, mi Hermana en Expresos Occidente, mi mamá en Expresos Mérida, y yo en cualquiera de los demás. De más está decir que ya a esa hora había gente haciendo colas frente a las oficinas que habrían alas 8:30. De a rato a rato, y después de haber ganado suficiente confianza con la otra gente en su cola, mi mamá hacía rondas para verificar que tan cerca estábamos de la taquilla; y para traernos una empanada con un jugo de cuartico. Sólo ella tenía las cédulas y el dinero, así que en realidad era la única que podía comprar pasajes. Si teníamos suerte, después de las 11:00 de la mañana podíamos salir con pasajes para San Antonio del Táchira. Aunque muchas veces tuvimos que regresar al día siguiente y hacerlo todo otra vez, porque no se vendían pasajes con más de dos días de anticipación (lógica del Nuevo Circo).
El día del viaje llegábamos al Terminal del Nuevo Circo como cuatro horas antes de que saliera el bendito autobús. Mi hermana y yo sentados en las maletas esperábamos en el respectivo andén. El smog era tal que sin exagerar, las lagrimas se salían de los ojos por el humo. Después de averiguar el número del autobús que iba a salir a la hora que indicaba nuestro pasaje, mi mamá, mi papá y mi tía trataban de cazarlo. Para entonces los asientos no eran enumerados, así que los puestos dependían de que tan rápido abordaras el dichoso vehículo. Después del zaperoco de la abordada (que muchas veces incluía peinillasos y otras formas de disuasión por parte del orden público), a veces uno se encontraba con la sorpresa de que los boletos fueron "sobrevendidos" (las aerolineas no fueron los que inventaron ese negocio). Entonces se formaba el otro lío, de quien se quedaba y quien se iba. La llegada, abordada, y salida del "expreso" podía tomar hasta seis horas.
Después todo las discusiones se acababan y el autobús arrancaba. Yo, inmutable en la ventana, veía las luces de Caracas. Y cuando el autobús agarraba la subida de Tazón, yo no podía de la felicidad. Quería dormirme para despertarme ya estando más cerca de la casa de mi abuelo. Pero generalmente dormía poco. Ya que el propio viaje por tierra, de al menos doce horas, era ya en sí una aventura. Pero después cuento.
___
Todavía tengo una promesa por cumplir con Romeo y Julieta. El problema se debe a que no he conseguido una copia del Humor y Amor de Aquiles Nazoa (por razones geográficas). Pero yo estoy vivo así que la promesa también lo está.
Thursday, December 11, 2008
Wednesday, November 12, 2008
Manos arriba, carteleras abajo
De entrada, el grupo de 5C del año 92 no era lo que pudiésemos llamar popular. No eramos buenos ni en fútbol ni en basket (salvo contadas excepciones) y de verdad que tampoco eramos muy atractivos (lo mido por la cantidad que tenía novia). Así que otros salones nos la querían "montar". En especial 4C. La guerra fría había sido declarada tácitamente no recuerdo cuando ni porqué. Por supuesto nunca hubo un altercado de puños y patadas, pero los comentarios y ataques verbales eran comunes en los pasillos y recreos.
Los de 4C eran chamos "cool". Siempre vestidos "nice" y buenos en deporte (al menos mejores que nosotros). También habían revolucionado algo: la forma en que se hacían las carteleras. Algunos de ellos tenían facilidad para componer cosas medio artísticas. Así que sus carteleras sobre fechas patrias y fiestas nacionales no eran comunes. Tenían algo de "pop". Colores agradables, composiciones con dibujos y buenos mensajes. En realidad todos los profesores mencionaban esas carteleras y ellos (los de 4C) estaban muy orgullosos de ellas.
En el carnaval del 92, estábamos un grupo de 5C hablando en la mitad del patio, pero cerca de la escalera que conducía a los salones de diversificado (debo aclarar que gran parte de los recreos, nos parábamos en medio del patio, en círculo, a hablar lo que pudiésemos denominar "pajística"). De repente una bomba de agua se estrelló en el suelo. Volteamos y era un grupo de 4C. Parados en los bebederos se reían y hacían señas de provocación con la cabeza. Nosotros nos quedamos tranquilos. No recuerdo quien lo propuso, pero dijimos que si caía otra bomba de agua, los de 4C ya iban a tener que hacer una nueva cartelera esa semana.
La bomba de agua cayó. Creo que en la pierna de Gato Pedro. Cuatro de nosotros, entre los cuales me encontraba yo, salió corriendo. En menos de 15 segundos estábamos saltando encima de pupitres agarrándonos de los pliegos de papel bond y trayendo la cartelera al suelo. Los pocos de 4C que se encontraban en el salón, no sabían que pasaba. El asalto duró poco. Y nos retiramos a nuestro salón.
A los pocos minutos un grupo de 4C se apersonó para destruir nuestra cartelera. Pero 5C no tiene cartelera. Una columna en la mitad de la pared hace imposible que exista una.
Nadie dijo nada. Ningún profesor nos reclamó. Y creo que los de 4C fueron más cuidadosos metiéndose con nosotros, porque no tuvimos que romperles la cartelera otra vez.
Los de 4C eran chamos "cool". Siempre vestidos "nice" y buenos en deporte (al menos mejores que nosotros). También habían revolucionado algo: la forma en que se hacían las carteleras. Algunos de ellos tenían facilidad para componer cosas medio artísticas. Así que sus carteleras sobre fechas patrias y fiestas nacionales no eran comunes. Tenían algo de "pop". Colores agradables, composiciones con dibujos y buenos mensajes. En realidad todos los profesores mencionaban esas carteleras y ellos (los de 4C) estaban muy orgullosos de ellas.
En el carnaval del 92, estábamos un grupo de 5C hablando en la mitad del patio, pero cerca de la escalera que conducía a los salones de diversificado (debo aclarar que gran parte de los recreos, nos parábamos en medio del patio, en círculo, a hablar lo que pudiésemos denominar "pajística"). De repente una bomba de agua se estrelló en el suelo. Volteamos y era un grupo de 4C. Parados en los bebederos se reían y hacían señas de provocación con la cabeza. Nosotros nos quedamos tranquilos. No recuerdo quien lo propuso, pero dijimos que si caía otra bomba de agua, los de 4C ya iban a tener que hacer una nueva cartelera esa semana.
La bomba de agua cayó. Creo que en la pierna de Gato Pedro. Cuatro de nosotros, entre los cuales me encontraba yo, salió corriendo. En menos de 15 segundos estábamos saltando encima de pupitres agarrándonos de los pliegos de papel bond y trayendo la cartelera al suelo. Los pocos de 4C que se encontraban en el salón, no sabían que pasaba. El asalto duró poco. Y nos retiramos a nuestro salón.
A los pocos minutos un grupo de 4C se apersonó para destruir nuestra cartelera. Pero 5C no tiene cartelera. Una columna en la mitad de la pared hace imposible que exista una.
Nadie dijo nada. Ningún profesor nos reclamó. Y creo que los de 4C fueron más cuidadosos metiéndose con nosotros, porque no tuvimos que romperles la cartelera otra vez.
Tuesday, November 4, 2008
6U (1993)
Lista de los catorce (en orden alfabético)
Buitre
Cabeza e' triangulo
Cabeza e' pila
Chapulin
Chiripa
Curita
Gato Pedro
Mono
Moñoño
Mozadilla
Pelo e' chivo
Supértito
Tiburón
Toripollo
Buitre
Cabeza e' triangulo
Cabeza e' pila
Chapulin
Chiripa
Curita
Gato Pedro
Mono
Moñoño
Mozadilla
Pelo e' chivo
Supértito
Tiburón
Toripollo
Monday, October 20, 2008
Te deseamos a tí
El sábado pasado cumplí años. En mi vida he tenido dos tipos de cumpleaños: aquellos en que estuvo mi mamá y aquellos en que no. La razón es evidente. Mi nacimiento, que es celebrado como "cumpleaños", no fue un logro mío sino de ella (pudiésemos discutir que yo también jugué un papel, pero en realidad creo que ella hizo la mayor parte del trabajo). Así que las celebraciones de cumpleaños de la gente debería tener un lugar donde se diese mérito a la persona que en realidad es responsable de todo (y señores papás discúlpenme pero su participación no es tal como para homenajearlos fuera del día del padre).
Mi primer cumpleaños sin ella fue terrible. Llegué del liceo como alas 2:45 de la tarde y me senté en la mesa del comedor. Mi papá me sirvió una sopa (o lo que el denomina sopa) con un arroz y un pedazo de pollo a la plancha. Sin quitarme el uniforme empecé a comer con mi papá en la mesa. Y lloré mientras me comía la sopa. Mi papá no decía nada. Seguro se sentía como yo o peor. No terminé de comer y lo abracé llorando. No dijo nada, y también lloró. Desde entonces siempre me pasa en mis cumpleaños. Lloro, a solas y en silencio.
Feliz día para tí también.
Mi primer cumpleaños sin ella fue terrible. Llegué del liceo como alas 2:45 de la tarde y me senté en la mesa del comedor. Mi papá me sirvió una sopa (o lo que el denomina sopa) con un arroz y un pedazo de pollo a la plancha. Sin quitarme el uniforme empecé a comer con mi papá en la mesa. Y lloré mientras me comía la sopa. Mi papá no decía nada. Seguro se sentía como yo o peor. No terminé de comer y lo abracé llorando. No dijo nada, y también lloró. Desde entonces siempre me pasa en mis cumpleaños. Lloro, a solas y en silencio.
Feliz día para tí también.
Tuesday, August 19, 2008
Con usted, yo voy a donde me lleve
Mi papá siempre llegaba en la madrugada, como ya dije antes era mesonero. Estando yo bastante pequeño (menos de cinco), el se acercaba a la cama y me despertaba para que orinara en la vasinilla (si no sabes lo que es no te culpo). Eso me ahorraba tener que pasar por todo el trajín de haberme orinado en la cama; pues si, yo me orinaba en la cama aún después de haber dejado los pañales. Ese era el primer contacto del día con el. Luego no lo veía más hasta que yo llegaba del colegio, cuando después de su siesta, se levantaba a bañarse y a tomarse un café para irse otra vez a trabajar. Así que durante los días de semana el contacto que teníamos mi hermana y yo con el no era mucho (el tenía un día libre a la semana, pero eso es otra historia). La verdadera acción era durante los fines de semana.
A pesar de que mi padre tenía que seguir trabajando sábados y domingos, esos días se armaba de una energía que cualquier maratonista envidiaría. Desde la mañana, se cargaba una bicicleta (la de mi hermana), un triciclo (el mio), una pelota, el carrito de turno, una cantimplora roja con agua, a mi mismo en caballito y a mi hermana de la mano. Con toda ese cargamento y confiando en el sistema de transporte público, conocimos casi que todos los parques de Caracas: el Arístides Rojas, El Parque del Este, el Zoológico del Pinar, el parque de Vista Alegre, el Zoológico de Caricuao, y un parque que queda en el medio de Catia (como a cuatro cuadras del mercado) que no recuerdo cómo se llama. En ese mismo parque mi hermana se rompió la frente contra unos tubos y le agarraron unos puntos. ¡El lío que se ganó mi papá aquella vez!
A veces no íbamos para un parque, sino que subíamos a la montaña (Casalta III tenía todavía partes verdes, donde inclusive se podía ver algunos animales silvestres). Allí jugábamos fútbol, recogíamos piedras, descubríamos bichos, y jugábamos a campo abierto. Entre juegos mi papá trataba de explicar todo con la sabiduría que le había dado haberse criado en el campo,una vida entregada al catolicismo y los cuarenta mil oficios que ejerció (desde ayudante en una funeraria hasta soldado, pasando por heladero y barbero). Nos explicaba como todo había estado antes cubierto por agua y que por eso encontrábamos en las montañas rocas similares a la de los ríos. Identificaba los pájaros por el sonido que hacían.Señalaba plantas por su nombre y nos decía para qué tipo de dolencias eran buenas (de todas sólo recuerdo la mata de árnica que tiene una flor amarilla como el girasol y que sirve para los golpes). Nos aconsejaba desconfiar de los amigos como de las aguas mansas. Y entre nuestras brincaderas y pelotas nos dosificaba con gotas de sabiduría.
Envidio esa energía de mi papá. El nunca estaba cansado para jugar con nosotros. A pesar de que por su trabajo lo más seguro era que si estuviera. Mi papá ya tiene mas de 70 años, y todavía tiene esa motivación de andar con sus hijos. La última vez que le pedí que me acompañara a Mérida por carretera me dijo: “con usted, yo voy a donde me lleve”. Y con todo y sus loqueras (que por cierto, yo heredé) y su interminable verborrea (que también parece que me la heredó) la pasamos de lo mejor.
A pesar de que mi padre tenía que seguir trabajando sábados y domingos, esos días se armaba de una energía que cualquier maratonista envidiaría. Desde la mañana, se cargaba una bicicleta (la de mi hermana), un triciclo (el mio), una pelota, el carrito de turno, una cantimplora roja con agua, a mi mismo en caballito y a mi hermana de la mano. Con toda ese cargamento y confiando en el sistema de transporte público, conocimos casi que todos los parques de Caracas: el Arístides Rojas, El Parque del Este, el Zoológico del Pinar, el parque de Vista Alegre, el Zoológico de Caricuao, y un parque que queda en el medio de Catia (como a cuatro cuadras del mercado) que no recuerdo cómo se llama. En ese mismo parque mi hermana se rompió la frente contra unos tubos y le agarraron unos puntos. ¡El lío que se ganó mi papá aquella vez!
A veces no íbamos para un parque, sino que subíamos a la montaña (Casalta III tenía todavía partes verdes, donde inclusive se podía ver algunos animales silvestres). Allí jugábamos fútbol, recogíamos piedras, descubríamos bichos, y jugábamos a campo abierto. Entre juegos mi papá trataba de explicar todo con la sabiduría que le había dado haberse criado en el campo,una vida entregada al catolicismo y los cuarenta mil oficios que ejerció (desde ayudante en una funeraria hasta soldado, pasando por heladero y barbero). Nos explicaba como todo había estado antes cubierto por agua y que por eso encontrábamos en las montañas rocas similares a la de los ríos. Identificaba los pájaros por el sonido que hacían.Señalaba plantas por su nombre y nos decía para qué tipo de dolencias eran buenas (de todas sólo recuerdo la mata de árnica que tiene una flor amarilla como el girasol y que sirve para los golpes). Nos aconsejaba desconfiar de los amigos como de las aguas mansas. Y entre nuestras brincaderas y pelotas nos dosificaba con gotas de sabiduría.
Envidio esa energía de mi papá. El nunca estaba cansado para jugar con nosotros. A pesar de que por su trabajo lo más seguro era que si estuviera. Mi papá ya tiene mas de 70 años, y todavía tiene esa motivación de andar con sus hijos. La última vez que le pedí que me acompañara a Mérida por carretera me dijo: “con usted, yo voy a donde me lleve”. Y con todo y sus loqueras (que por cierto, yo heredé) y su interminable verborrea (que también parece que me la heredó) la pasamos de lo mejor.
Wednesday, June 18, 2008
La verdadera Blancanieves
Ciertamente no recuerdo la primera vez que la vi. Se que ella estuvo allí desde primer grado, pero sólo me percaté de su presencia en segundo. Sus padres tenían ascendencia de algún país andino, no se cual. Y debido a esto ella tenía unos ojos "achinados" que hacía un juego raro con su cabello larguísimo y oscuro. Casi toda primaria estuve “enamorado” de ella, de la forma que uno lo hacía cuando tenía menos de diez años y el “Loco y la Luna” era el éxito del momento. El recuerdo de un carnaval, donde ella se disfrazó de princesa (vestido rojo aterciopelado, corona, cetro y demás) puso en mi cabeza la imagen que Disney quiso recrear con todas las princesas de todos sus cuentos. Ella parecía de mentiras.
Ella también era de las más inteligentes del salón, de los seis años de primaria ella se llevaría al menos cuatro diplomas. Mi estrategia era entonces, ser de los mejores del salón para poderme ganar un puesto al lado de ella. Y que a ambos nos llamaran en el acto del final de año (una vez que cada grado y sección bailara las coreografías que cada maestra creaba y que muchas veces no tenían nada que ver con la música). Los dos subiríamos a la tarima y yo estaría cerca de ella sin ningún pretexto (hasta una foto nos pudiésen tomar). Nunca pasó, yo gané el diploma de tercer grado, pero ella no me acompañó por que ella estaba en otra sección.
Luego de los años de amores platónicos (unilaterales) del colegio, ambos pasamos al liceo. Ya entonces la atracción había pasado. Y quedamos como antiguos amigos del colegio (ahora que lo pienso - para ella yo fui siempre un amigo) que estando en diferente secciones ocasionalmente se saludaban.
El tiempo pasó. Pero un día en noveno año, supe que ella dejó de ir al liceo por problemas de salud. Ella no regresó al ITJO. Su enfermedad (de las que todavía burla a los médicos) se la llevó.
La recuerdo con un vestido blanco, aún preciosa.
Ella también era de las más inteligentes del salón, de los seis años de primaria ella se llevaría al menos cuatro diplomas. Mi estrategia era entonces, ser de los mejores del salón para poderme ganar un puesto al lado de ella. Y que a ambos nos llamaran en el acto del final de año (una vez que cada grado y sección bailara las coreografías que cada maestra creaba y que muchas veces no tenían nada que ver con la música). Los dos subiríamos a la tarima y yo estaría cerca de ella sin ningún pretexto (hasta una foto nos pudiésen tomar). Nunca pasó, yo gané el diploma de tercer grado, pero ella no me acompañó por que ella estaba en otra sección.
Luego de los años de amores platónicos (unilaterales) del colegio, ambos pasamos al liceo. Ya entonces la atracción había pasado. Y quedamos como antiguos amigos del colegio (ahora que lo pienso - para ella yo fui siempre un amigo) que estando en diferente secciones ocasionalmente se saludaban.
El tiempo pasó. Pero un día en noveno año, supe que ella dejó de ir al liceo por problemas de salud. Ella no regresó al ITJO. Su enfermedad (de las que todavía burla a los médicos) se la llevó.
La recuerdo con un vestido blanco, aún preciosa.
Tuesday, May 20, 2008
Bello I
***********
Una persona, del pequeño grupo que lee lo que escribo (de paso, gracias mil a ustedes), me recordó una obra de teatro que montamos en noveno año. Así que prometí escribir acerca de ello. Pero haciéndolo me encontré con que no se puede hablar de Romeo y Julieta sin hablar de Bello. Así que primero lo primero.
***********
Cursando octavo año (para los que no se acuerdan fue el mismo año del caracazo), llegó al salón el rumor de un profesor de Literatura de Noveno que estaba en lios con los representantes. Este profesor había dejado un lado lo de Doña Barbara, Las Lanzas Coloradas y demás novelas "escolarmente" aceptables. Decidiendo que sus alumnos leyeran "La Misteriosa Desaparición de la Marquesita de Loria" de José Donoso. Es posible que tanto alboroto lo haya causado partes del texto como las que donde se describía muy bien como alguien aprovechaba la soledad "...buscando el misterioso botoncito del placer una y otra vez con sus dedos diestros en esa materia" (no puedo imaginarme la cara de algunas mamás al saber que sus criaturas estaba leyendo estas narraciones).
El profesor no perdió su empleo (¡bravo ITJO!). Así que cuando pasé a noveno, ya me estaba preparando para leer algo que iba a causar conmoción en nuestras casas. Bello, que supongo era su apellido, era un profesor joven que vestía Blazers (era finales de los 80's) y que desde el primer día nos dijo que no ibamos a necesitar un libro de texto.
Resultó que el célebre profesor no nos mandó a leer ningún libro escandaloso, en cambio nos llevó al Teresa Carreño a ver ballet clásico. "Coppélia" se llamaba la obra. La historia era de una muñeca, Coppélia, que cobraba vida y bailaba (todos bailaban en esa obra). Coppélia estaba enamorada de alguien y no recuerdo si al final se quedó con el tipo o no. La obra era narrada al principio de cada acto, por una voz femenina que parecía de aeropuerto. Pero este profesor le estaba pidiendo mucha atención a alguien que todavía veía los Thundercats. Así que principalmente me concentraba en los vestidos ceñidos de las bailarinas y a encontrarle parecido a los panas con los bailarines para hacer las respectivas bromas. Debo confesar que ese fue mi primer, y hasta ahora último, contacto con ese tipo de arte (el de la danza).
Luego Bello nos puso de tarea ir al cine (cosa extremadamente rara en bachillerato). La película era Batman. La primera y para mí la mejor de todas. Donde Jack Nicholson hace del Guasón y todavía no existía Robin. Luego en clase, analizando la película, el profesor nos hablaba de las luces y los escenarios. Y de como el tono lúgubre de esa Ciudad Gótica contribuía con la parafernalía del encapuchado.
En esa clase de literatura, las pruebas trimestrales eran en hojas de examen (de recordarlas ya me da sensación de examen). No teníamos que memorizar nada. Solamente escribir una historia que ocupara las cuatro páginas y que incluyera los personajes que el indicaba (Batman y Coppélia eran una fija). El último proyecto fue lo de la obra de teatro, de la que yo fui partícipe. Pero eso lo contaré luego (seguro O.S.).
El profesor Bello era un rebelde con causa, atípico para un liceo en muchas formas. Creo que precisamente por eso era que encajaba tan bien en el nuestro. La verdad que no se que fue de él y a los que he preguntado tampoco lo saben. Espero esté bien y ya haya dejado de usar blazers de colores pasteles.
Una persona, del pequeño grupo que lee lo que escribo (de paso, gracias mil a ustedes), me recordó una obra de teatro que montamos en noveno año. Así que prometí escribir acerca de ello. Pero haciéndolo me encontré con que no se puede hablar de Romeo y Julieta sin hablar de Bello. Así que primero lo primero.
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Cursando octavo año (para los que no se acuerdan fue el mismo año del caracazo), llegó al salón el rumor de un profesor de Literatura de Noveno que estaba en lios con los representantes. Este profesor había dejado un lado lo de Doña Barbara, Las Lanzas Coloradas y demás novelas "escolarmente" aceptables. Decidiendo que sus alumnos leyeran "La Misteriosa Desaparición de la Marquesita de Loria" de José Donoso. Es posible que tanto alboroto lo haya causado partes del texto como las que donde se describía muy bien como alguien aprovechaba la soledad "...buscando el misterioso botoncito del placer una y otra vez con sus dedos diestros en esa materia" (no puedo imaginarme la cara de algunas mamás al saber que sus criaturas estaba leyendo estas narraciones).
El profesor no perdió su empleo (¡bravo ITJO!). Así que cuando pasé a noveno, ya me estaba preparando para leer algo que iba a causar conmoción en nuestras casas. Bello, que supongo era su apellido, era un profesor joven que vestía Blazers (era finales de los 80's) y que desde el primer día nos dijo que no ibamos a necesitar un libro de texto.
Resultó que el célebre profesor no nos mandó a leer ningún libro escandaloso, en cambio nos llevó al Teresa Carreño a ver ballet clásico. "Coppélia" se llamaba la obra. La historia era de una muñeca, Coppélia, que cobraba vida y bailaba (todos bailaban en esa obra). Coppélia estaba enamorada de alguien y no recuerdo si al final se quedó con el tipo o no. La obra era narrada al principio de cada acto, por una voz femenina que parecía de aeropuerto. Pero este profesor le estaba pidiendo mucha atención a alguien que todavía veía los Thundercats. Así que principalmente me concentraba en los vestidos ceñidos de las bailarinas y a encontrarle parecido a los panas con los bailarines para hacer las respectivas bromas. Debo confesar que ese fue mi primer, y hasta ahora último, contacto con ese tipo de arte (el de la danza).
Luego Bello nos puso de tarea ir al cine (cosa extremadamente rara en bachillerato). La película era Batman. La primera y para mí la mejor de todas. Donde Jack Nicholson hace del Guasón y todavía no existía Robin. Luego en clase, analizando la película, el profesor nos hablaba de las luces y los escenarios. Y de como el tono lúgubre de esa Ciudad Gótica contribuía con la parafernalía del encapuchado.
En esa clase de literatura, las pruebas trimestrales eran en hojas de examen (de recordarlas ya me da sensación de examen). No teníamos que memorizar nada. Solamente escribir una historia que ocupara las cuatro páginas y que incluyera los personajes que el indicaba (Batman y Coppélia eran una fija). El último proyecto fue lo de la obra de teatro, de la que yo fui partícipe. Pero eso lo contaré luego (seguro O.S.).
El profesor Bello era un rebelde con causa, atípico para un liceo en muchas formas. Creo que precisamente por eso era que encajaba tan bien en el nuestro. La verdad que no se que fue de él y a los que he preguntado tampoco lo saben. Espero esté bien y ya haya dejado de usar blazers de colores pasteles.
Tuesday, May 13, 2008
Mayonesa y aluminio
Antes de cerrar la última reja de la casa, para irme al colegio, sólo había una cosa que revisaba: que mis cuadernos del colegio se estuviesen calentando con la arepa recien hecha por mi mamá y que estuviese bien envuelta en papel aluminio.
La arepa era una forma de medir la economía familiar por esos días. Muchas veces, mi mamá rellenaba la arepa con mayonesa (si es posible llamarle a la mayonesa "relleno"), simplemente porque el queso Paisa no había alcanzado para toda la quincena. Entonces esos recreos eran algo así como sombríos. No es que la arepa con mayonesa sea mala, de hecho me encanta. Pero es que la mayonesa sufre un proceso degenerativo una vez que se calienta sobre la arepa. Cuando era hora de comérsela, la arepa además de fría parecía bañada en un aceite que lejanamente reflejaba el sabor de la auténtica mayonesa (valga la cuña). Y lo peor de todo, era que después el papel aluminio no servía para hacer pelotas (de las que las leyendas de entonces decían que le podían sacar un ojo a un niño).
Los días de queso Paisa eran normales. Por supuesto que la arepa estaba fría, pero el sabor de queso derretido encima tapaba lo desagradable de la temperatura. A veces me iba comiendo más arepa que queso y dejaba el queso para último, para disfrutarlo más. El papel aluminio de esas arepas era el propio. Se apelotonaba fácil y no dejaba las manos manchadas de grasa después.
Pero también estaban los días especiales. En los que mi mamá pasaba la arepa por posturas de gallina y después la freía. O la rellenaba con un guiso de pollo o carne mechada hecho en el caldero negro del año de la cataplum. Entonces daba lástima comerse la arepa, de lo sabrosa que estaba. Eran tan fácil de comer que no había que gastar los 1,50 en un refresco porque pasaba sola, a secas.
No recuerdo cuando fue que me comí la última arepa hecha por mi mamá, mucho menos si le dije algo después. Por eso cada vez que una señora me cocina una, esté como esté, me la como completa y dándole las gracias le digo lo sabrosa que le quedó. Si todavía te la hacen tí, regálale al menos eso a tu mamá, mira que las mejores arepas siempre serán las de ella.
La arepa era una forma de medir la economía familiar por esos días. Muchas veces, mi mamá rellenaba la arepa con mayonesa (si es posible llamarle a la mayonesa "relleno"), simplemente porque el queso Paisa no había alcanzado para toda la quincena. Entonces esos recreos eran algo así como sombríos. No es que la arepa con mayonesa sea mala, de hecho me encanta. Pero es que la mayonesa sufre un proceso degenerativo una vez que se calienta sobre la arepa. Cuando era hora de comérsela, la arepa además de fría parecía bañada en un aceite que lejanamente reflejaba el sabor de la auténtica mayonesa (valga la cuña). Y lo peor de todo, era que después el papel aluminio no servía para hacer pelotas (de las que las leyendas de entonces decían que le podían sacar un ojo a un niño).
Los días de queso Paisa eran normales. Por supuesto que la arepa estaba fría, pero el sabor de queso derretido encima tapaba lo desagradable de la temperatura. A veces me iba comiendo más arepa que queso y dejaba el queso para último, para disfrutarlo más. El papel aluminio de esas arepas era el propio. Se apelotonaba fácil y no dejaba las manos manchadas de grasa después.
Pero también estaban los días especiales. En los que mi mamá pasaba la arepa por posturas de gallina y después la freía. O la rellenaba con un guiso de pollo o carne mechada hecho en el caldero negro del año de la cataplum. Entonces daba lástima comerse la arepa, de lo sabrosa que estaba. Eran tan fácil de comer que no había que gastar los 1,50 en un refresco porque pasaba sola, a secas.
No recuerdo cuando fue que me comí la última arepa hecha por mi mamá, mucho menos si le dije algo después. Por eso cada vez que una señora me cocina una, esté como esté, me la como completa y dándole las gracias le digo lo sabrosa que le quedó. Si todavía te la hacen tí, regálale al menos eso a tu mamá, mira que las mejores arepas siempre serán las de ella.
Wednesday, May 7, 2008
El lugar secreto
El edificio de talleres del liceo albergaba las aulas de Dibujo Técnico, Electricidad y Contabilidad. Todas ellas se encontraban en el segundo piso (con excepción del taller de electricidad de noveno que se encontraba en la planta baja, justo en frente de la cancha de volleyball) . Lo curioso era que nadie sabía (o por lo menos yo no), qué había en el primer piso. Al subir las escaleras, que empezaban justo al lado de la oficina del director, sólo podía verse el descanso que correspondía al primer piso y unas rejas a la derecha que siempre estaban abiertas. Pero no había iluminación ni ventanas en esa parte del edificio, así que lo que las rejas estaba resguardando no era muy obvio.
Si uno se atrevía a explorar, encontraba que esas rejas daban paso a un pasillo largo que terminaba en unas puertas grandes, de madera. Y a mano derecha de esa entrada estaba un pequeño pasillo que bien podía parecer una entrada secreta (por el polvo y por la oscuridad). Ese desvío conducía a un par de pequeñas puertas que siempre estaban cerradas, y que al parecer nunca habían sido abiertas. Frente a esas puertas y estando en octavo grado dí (o me fue dado, nunca lo sabré) lo que yo creo fue mi primer beso.
Es lo que yo creo fue mi primer beso, por que bajo ciertos patrones lo que ocurrió allí no pudiese ser considerado ni siquiera un mal abrazo. Las razones: No se podía ver nada (cosa necesaria cuando no se sabe lo que se está haciendo), era peligroso (a esa edad casi que cualquier contacto con el sexo opuesto lo era), y además no tenía tiempo (fue durante el segundo recreo de diez minutos).
De todas formas para efectos de mis memorias siempre he considerado esa mi entrada al mundo de las expresiones afectivas con gente que no es familia de uno (osea lo de las primas no vale). Y siempre el momento lo he utilizado para recordarme que no en todas las ocasiones las primeras impresiones son importantes.
Si uno se atrevía a explorar, encontraba que esas rejas daban paso a un pasillo largo que terminaba en unas puertas grandes, de madera. Y a mano derecha de esa entrada estaba un pequeño pasillo que bien podía parecer una entrada secreta (por el polvo y por la oscuridad). Ese desvío conducía a un par de pequeñas puertas que siempre estaban cerradas, y que al parecer nunca habían sido abiertas. Frente a esas puertas y estando en octavo grado dí (o me fue dado, nunca lo sabré) lo que yo creo fue mi primer beso.
Es lo que yo creo fue mi primer beso, por que bajo ciertos patrones lo que ocurrió allí no pudiese ser considerado ni siquiera un mal abrazo. Las razones: No se podía ver nada (cosa necesaria cuando no se sabe lo que se está haciendo), era peligroso (a esa edad casi que cualquier contacto con el sexo opuesto lo era), y además no tenía tiempo (fue durante el segundo recreo de diez minutos).
De todas formas para efectos de mis memorias siempre he considerado esa mi entrada al mundo de las expresiones afectivas con gente que no es familia de uno (osea lo de las primas no vale). Y siempre el momento lo he utilizado para recordarme que no en todas las ocasiones las primeras impresiones son importantes.
Sunday, April 20, 2008
La Directora
Para alguien que gracias a su estatura siempre estuvo de primero en todas las formaciones del colegio, la autoridad que ejercía la directora del plantel se veía reforzada por los casi dos metros que ella medía. Ella disciplinaba, sin necesidad de gritar o utilizar la fuerza con una efectividad que cualquier militar envidiaría. Cuando cualquier maestra o maestro mencionaba la Directora como recurso para solventar un problema, la bandera blanca ondeaba inmediatamente del lado nuestro sin más negociación.
La mayoría de nosotros sólo queríamos escuchar la voz de la directora cada Lunes, a través del parlante de la dirección, diciendo:
"Los alumnos que izarán la Bandera por haberse destacado en disciplina y rendimiento son: Juliana González y Gilberto Contreras"
Se sentía un fresco al imaginarse que la directora se encontraba en una oficina y que nuestro contacto con ella iba a estar limitado a solamente al primer día de la semana. Cuando se dirigiría a nosotros para hacernos saber quienes eran esos niños, que muertos de miedo estaban izando una Bandera con estrellas por dientes. Que parecía reírse mientra era izada al revés y nosotros desde la formación no aguantábamos las risas. Esos lunes eran llamados "Lunes Cívicos". Donde además de los dos chicos izando la Bandera, una sección del Colegio sacrificaba otros cinco niños. Quienes leían con una voz temblorosa, notas históricas mientras la Directora sostenía el micrófono.
En los recreos siempre un valiente que había sobrevivido una visita a la dirección contaba sus experiencias. De cómo habían sido tratados en aquella oficina. O cómo sus representantes citados. Aquellos más osados describían como se firmaba el libro de vida. El libro de vida, que yo imaginaba como un documento que la policía entregaba a la escuela por los seis años de primaría. Y que luego sería entregado al liceo y a cualquier consecuente institución de la que uno fuera a formar parte (todavía hoy tengo teorías conspirativas acerca la verdadera naturaleza de aquel libro).
Mientras iba avanzando en el colegio, fueron más seguidos mis contactos con la Directora. Entonces resultó ser que mis miedos, como todo terror infantil, se trataba de exageraciones sin ninguna base real. Con el tiempo, su disciplina venía a formar parte de su personalidad y uno se acostumbraba. Ya en el liceo perdí todo contacto con ella. Y no fue hasta al recibir mi título de Bachiller, cuando la Directora del Colegio fue una de la personas que estrechó mi mano. Fue todo un orgullo ser reconocido por aquella persona cuya voz todavía considero como un paradigma de la disciplina.
La mayoría de nosotros sólo queríamos escuchar la voz de la directora cada Lunes, a través del parlante de la dirección, diciendo:
"Los alumnos que izarán la Bandera por haberse destacado en disciplina y rendimiento son: Juliana González y Gilberto Contreras"
Se sentía un fresco al imaginarse que la directora se encontraba en una oficina y que nuestro contacto con ella iba a estar limitado a solamente al primer día de la semana. Cuando se dirigiría a nosotros para hacernos saber quienes eran esos niños, que muertos de miedo estaban izando una Bandera con estrellas por dientes. Que parecía reírse mientra era izada al revés y nosotros desde la formación no aguantábamos las risas. Esos lunes eran llamados "Lunes Cívicos". Donde además de los dos chicos izando la Bandera, una sección del Colegio sacrificaba otros cinco niños. Quienes leían con una voz temblorosa, notas históricas mientras la Directora sostenía el micrófono.
En los recreos siempre un valiente que había sobrevivido una visita a la dirección contaba sus experiencias. De cómo habían sido tratados en aquella oficina. O cómo sus representantes citados. Aquellos más osados describían como se firmaba el libro de vida. El libro de vida, que yo imaginaba como un documento que la policía entregaba a la escuela por los seis años de primaría. Y que luego sería entregado al liceo y a cualquier consecuente institución de la que uno fuera a formar parte (todavía hoy tengo teorías conspirativas acerca la verdadera naturaleza de aquel libro).
Mientras iba avanzando en el colegio, fueron más seguidos mis contactos con la Directora. Entonces resultó ser que mis miedos, como todo terror infantil, se trataba de exageraciones sin ninguna base real. Con el tiempo, su disciplina venía a formar parte de su personalidad y uno se acostumbraba. Ya en el liceo perdí todo contacto con ella. Y no fue hasta al recibir mi título de Bachiller, cuando la Directora del Colegio fue una de la personas que estrechó mi mano. Fue todo un orgullo ser reconocido por aquella persona cuya voz todavía considero como un paradigma de la disciplina.
Wednesday, March 12, 2008
La primera bala
La primera comunión tuvo lugar en una iglesia que quedaba en un sótano. No hubo fiesta después. Sólo las respectivas fotos del niño arrodillado y sosteniendo el diminuto libro de oraciones que jamás iba a volver a leer. Fue un sábado. Y la tarde pasó sin novedad, sólo el pequeño jugando con su nuevo reloj CASIO, que aunque no tenía luz propia tenía tres sonidos distintos para la alarma. El domingo comenzó normal, con la misa en la mañana y el respectivo helado después. Ya en la tarde, el niño buscando algo con que jugar encontró una caja con balas de distintos tamaños y colores. La información que él manejaba acerca de esos artefactos era casi nula, así que decidió utilizar el método científico y establecer sus propias conclusiones.
Lo primero que observó fue que unas balas tenían el circulo del fulminante (la parte que se golpea para accionarla) de papel y otras lo tenían de metal. Así que usando un clavo y la destreza que provee la curiosidad, les quitó el pedazo de papel a todas las balas. Vació la pólvora y le prendió fuego para su entretenimiento. Hasta ahora todo había sido manejado de tal forma que un niño de nueve años había logrado desactivar más de cinco balas sin ningún accidente y además en una clandestinidad absoluta. El problema vino cuando sólo quedaron balas con el círculo de metal. Allí un martillo entró a la escena. Y el pequeño científico usó el mismo clavo, pero ahora golpeándolo con la nueva herramienta.
La experiencia sólo pudo ser realizada una vez. El estruendo lo dejó atontado. Después de unos segundos, pudo entender que estaba en problemas. Se comenzó a revisar el cuerpo y el resto del cuarto. Una mancha de sangre estaba en la mitad del vidrio del escaparate de su hermana. Pero él no se veía ninguna herida. La mamá entro al cuarto, y viéndole la mano pegó un grito. La bala sólo alcanzó a rozar la punta del dedo medio de su mano izquierda y no hubo nada que lamentar.
El pequeño fue curado en casa y mintió en su colegio acerca de la venda, diciendo que se había quemado en la parrilla por su primera comunión. El chiquillo nunca fue castigado formalmente, quizás porque fue uno de esos pocos accidentes sin trágico final, a pesar de que envolvía balas y un niño . Así que el recuerdo de la primera comunión se vio opacado. Ya adulto, la conmoción de aquel día y la certeza de haberle quitado años de vida a su madre por culpa del susto es un recuerdo más fuerte que el de haber recibido la comunión.
Lo primero que observó fue que unas balas tenían el circulo del fulminante (la parte que se golpea para accionarla) de papel y otras lo tenían de metal. Así que usando un clavo y la destreza que provee la curiosidad, les quitó el pedazo de papel a todas las balas. Vació la pólvora y le prendió fuego para su entretenimiento. Hasta ahora todo había sido manejado de tal forma que un niño de nueve años había logrado desactivar más de cinco balas sin ningún accidente y además en una clandestinidad absoluta. El problema vino cuando sólo quedaron balas con el círculo de metal. Allí un martillo entró a la escena. Y el pequeño científico usó el mismo clavo, pero ahora golpeándolo con la nueva herramienta.
La experiencia sólo pudo ser realizada una vez. El estruendo lo dejó atontado. Después de unos segundos, pudo entender que estaba en problemas. Se comenzó a revisar el cuerpo y el resto del cuarto. Una mancha de sangre estaba en la mitad del vidrio del escaparate de su hermana. Pero él no se veía ninguna herida. La mamá entro al cuarto, y viéndole la mano pegó un grito. La bala sólo alcanzó a rozar la punta del dedo medio de su mano izquierda y no hubo nada que lamentar.
El pequeño fue curado en casa y mintió en su colegio acerca de la venda, diciendo que se había quemado en la parrilla por su primera comunión. El chiquillo nunca fue castigado formalmente, quizás porque fue uno de esos pocos accidentes sin trágico final, a pesar de que envolvía balas y un niño . Así que el recuerdo de la primera comunión se vio opacado. Ya adulto, la conmoción de aquel día y la certeza de haberle quitado años de vida a su madre por culpa del susto es un recuerdo más fuerte que el de haber recibido la comunión.
Friday, March 7, 2008
Chorrote
El primer encontronazo entre lo que era el colegio y la manera en que se llevaban las cosas en el liceo, no fue la diferencia en el uniforme (camisa blanca o camisa azul), o que ahora teníamos tres períodos de descanso en vez de uno, o que ya uno tenía que irse o venirse a la casa por su cuenta. Fue la clase de literatura de séptimo grado. El profesor era un sacerdote, cuyo verdadero nombre nunca lo supe. Simplemente nos dijo: "me pueden llamar Chorrote". Chorrote era un hombre de Dios con unos lentes gruesos y de ascendencia española. Usaba siempre jeans y camisas a cuadros sin mangas con un bolsillo en el lado izquierdo del pecho, alojando permanentemente una caja de cigarrillos. En realidad era difícil imaginárselo consagrando algo en el altar. Pero tenía una manera de hablar, que si la honestidad tuviése un sonido, sería semejante al de su voz.
Este profesor consiguió la fórmula ideal para despertar en nuestras mentes, que todavía disfrutaban Mazinger Z ó Candy Candy, apreciación por buena literatura. En realidad su estrategia era simple: Si nosotros no leíamos, entonces Chorrote nos leería. En la hora y media que duraban sus clases tres veces por semana, este Padre empezó a leernos. Primero los cuentos de Horacio Quiroga. Cuentos de la selva (así también es el título del libro), que hablaban de venados, serpientes, y otros animales que se comportaban como humanos. Después de esos cuentos, nos leyó completo el "Relato de un Náufrago" de Gabriel García Marquez y allí hizo que tomara por primera vez el "Cien años de Soledad" que descansaba en la biblioteca de la casa (aunque no lo leí completo hasta noveno).
Las clases entonces eran interesantes (o para algunos aburridas). Cada uno en su pupitre, sin hacer nada, sólo escuchándolo y de vez en cuando mirando una paloma por la ventanas a la izquierda. Ahora entiendo a Chorrote y agradezco su pedagogía. Escuchándolo, uno se podía imaginar al pobre hombre en aquella balsa, tratando de comerse sus botas y matando una gaviota para después tirarla al mar. Disfrutar de esas lecturas era más fácil y entretenido que diferenciar sujetos de predicados, o tratar de buscar ideas principales en ensayos. Y de verdad, creo que más beneficioso. Lo de aprender haciendo, también se aplica a la literatura.
Espero que algún día yo también pueda tener una audiencia cautiva de casi cuarenta niños para hacer lo mismo. Mientras tanto, y gracias a Chorrote, sólo mi pobre hijo va a tener que soportarme leyendo en voz alta.
Este profesor consiguió la fórmula ideal para despertar en nuestras mentes, que todavía disfrutaban Mazinger Z ó Candy Candy, apreciación por buena literatura. En realidad su estrategia era simple: Si nosotros no leíamos, entonces Chorrote nos leería. En la hora y media que duraban sus clases tres veces por semana, este Padre empezó a leernos. Primero los cuentos de Horacio Quiroga. Cuentos de la selva (así también es el título del libro), que hablaban de venados, serpientes, y otros animales que se comportaban como humanos. Después de esos cuentos, nos leyó completo el "Relato de un Náufrago" de Gabriel García Marquez y allí hizo que tomara por primera vez el "Cien años de Soledad" que descansaba en la biblioteca de la casa (aunque no lo leí completo hasta noveno).
Las clases entonces eran interesantes (o para algunos aburridas). Cada uno en su pupitre, sin hacer nada, sólo escuchándolo y de vez en cuando mirando una paloma por la ventanas a la izquierda. Ahora entiendo a Chorrote y agradezco su pedagogía. Escuchándolo, uno se podía imaginar al pobre hombre en aquella balsa, tratando de comerse sus botas y matando una gaviota para después tirarla al mar. Disfrutar de esas lecturas era más fácil y entretenido que diferenciar sujetos de predicados, o tratar de buscar ideas principales en ensayos. Y de verdad, creo que más beneficioso. Lo de aprender haciendo, también se aplica a la literatura.
Espero que algún día yo también pueda tener una audiencia cautiva de casi cuarenta niños para hacer lo mismo. Mientras tanto, y gracias a Chorrote, sólo mi pobre hijo va a tener que soportarme leyendo en voz alta.
Tuesday, March 4, 2008
6toU and Brett
Sólo había trece de los catorce del grupo. Ya teníamos todo organizado. La disciplina de la casa del Junquito, valió la pena. Nos dividimos en grupos y creamos un plan de trabajo. Mientras unos se ocupaban del desayuno, otros recogían las camas improvisadas y limpiaban, y el resto descansaba. Luego para la segunda y última comida del día, los papeles se cambiaban y se rotaban las obligaciones. La comida estaba racionada, puesto que sabíamos exactamente el número de días que duraría nuestra estadía. Al llegar la noche, la sala principal se convertía en un campamento improvisado, donde colchonetas, chinchorros, hamacas y Tiburón con sus cuatro almohadas dejaban poco paso para caminar. Y los pobres que nos daba por vomitar después de beber, teníamos que hacer malabares para no caernos encima de alguien y poder llegar al patio, donde las gallinas agradecían nuestra visita. La dueña del lugar, la señora Concha, nos trataba con una ternura endurecida y se reía de nuestras imperfectas arepas. Todos los días teníamos un plan distinto, así que salíamos de la casa después de la primera comida y regresábamos al caer la tarde. Comíamos nuevamente y después bebíamos frente a la iglesia del pueblo. Se acabó entonces la semana, el dinero, y la comida. Pero el sábado 8 de Agosto de 1993, la tormenta Brett golpeó las costas de Margarita. Cerraron los puertos.
Todos estábamos de acuerdo que teníamos que irnos. 0k, 0k, pero pa' onde?
Todos estábamos de acuerdo que teníamos que irnos. 0k, 0k, pero pa' onde?
Tuesday, February 26, 2008
Toripollo
Era la ceremonia de la luz. O una de esas ceremonias simbólicas que se realizaban en las convivencias. Después que todo el mundo había aceptado (voluntariamente o no) la luz, se abrió un espacio donde cualquiera podía compartir problemas personales u otra vivencia que considerara importante. Hubo un silencio total. Las velas que cada quien tenía en sus manos y la fogata en la chimenea eran las únicas luces. El salón era bastante amplio y estábamos sentados formando un gran círculo. Uno de los seminaristas empezó a hablar con un tono solemne, y empezó a comentar acerca de su vida y como el Señor había obrado en él. Todos nos mirábamos a las caras, pero nadie se atrevía a hacer un gesto o ni siquiera sonreír. Al parecer, de verdad había algo divino en el salón. El seminarista terminó. Era agradable sentir el calor del fuego y escuchar los chispoteos de las ramas quemándose. Por fin uno de nosotros empezó a hablar.
-"De verdad, hay algo que tengo que decir. A mi no me gusta que me digan Toripollo..."
Todos quedamos a la expectativa, nunca pensamos que lo del sobrenombre fuera tan importante. Mucho menos como para ser traído precisamente en ese momento. Entonces una de las pocas mujeres (demostrando otra vez la valentía del sexo femenino), grito:
-"Toripollo! Toripollo! Toripollo!"
Y el pobre Toripollo hasta el día de hoy, no ha podido escapar de su sobrenombre.
-"De verdad, hay algo que tengo que decir. A mi no me gusta que me digan Toripollo..."
Todos quedamos a la expectativa, nunca pensamos que lo del sobrenombre fuera tan importante. Mucho menos como para ser traído precisamente en ese momento. Entonces una de las pocas mujeres (demostrando otra vez la valentía del sexo femenino), grito:
-"Toripollo! Toripollo! Toripollo!"
Y el pobre Toripollo hasta el día de hoy, no ha podido escapar de su sobrenombre.
Saturday, February 23, 2008
Felicidad
En noveno grado, después de leer algunos libros durante las vacaciones, me declaré ateo. Debo reconocer que al principio era más por rebeldía que por convicción. Nunca dejé de ir a ninguna misa, ni tampoco de participar en convivencias, pero poco a poco fui perdiendo eso que mi papá llamaba "el temor de Dios". Cosa que él explicaba diciendo que no le tenía "miedo" a Dios, sino "temor". De todas maneras con temor o sin el, una enseñanza de los jesuitas que siempre me ha acompañado (y que diariamente uso) fue: la verdadera felicidad consiste en hacer el bien a los demás. Creyendo en Dios o no, es cierto.
Friday, February 22, 2008
Dibujo Técnico
El colegio era de Jesuítas, aunque no tenía ningún maestro que fuera sacerdote. La idea, que me parece genial, era la de proveer al estudiante con los conocimientos necesarios par poder ejercer un oficio lo más pronto posible. Todo esto al mismo tiempo en que se enseñaban las mismas materias que en otras primarias. La diferencia estaba en la clase llamada "Formación para el trabajo". Que en las mentes de los que dirijían el plantel, era enseñar como dibujar y trabajar la madera. Lo de la madera se puede explicar por lo de la carpintería de San José, pero me cuesta imaginar un santo con una regla T y un compás tratando de hacer un triángulo equilátero en papel pergamino y con tinta china. De todas formas, algo saqué de la clase de Dibujo Técnico. Aprendí que mi mamá mantendría su palabra así me costara puntos en el boletín. Y además que mi papá era tan noble que a pesar de llegar del trabajo de madrugada (era mesonero) iba a salir corriendo al colegio a ayudarme en lo que fuera.
El asunto era que los trabajos de Dibujo Técnico se guardaban en una carpeta personalizada. Para evitar que las laminas se dañaran (cosa probable en las manos de un niño de 10 años), uno traía la carpeta sólo los días en que tenía clase de Dibujo Técnico. Si se te olvidaba, estabas frito. Yo me freí varias veces. La primera vez que pasó llamé a la casa (usando un teléfono publico de los grises de discado) y le pedí a mi mamá que me trajera la carpeta; ella lo hizo. La segunda vez volvía llamar y ella lo hizo otra vez. Pero me dijo que no la volviera a llamar por eso. La tercera vez que dejé la carpeta, llamé a la casa. Mi mamá respondió, y entonces le pedí que me pasara a mi papá.
El asunto era que los trabajos de Dibujo Técnico se guardaban en una carpeta personalizada. Para evitar que las laminas se dañaran (cosa probable en las manos de un niño de 10 años), uno traía la carpeta sólo los días en que tenía clase de Dibujo Técnico. Si se te olvidaba, estabas frito. Yo me freí varias veces. La primera vez que pasó llamé a la casa (usando un teléfono publico de los grises de discado) y le pedí a mi mamá que me trajera la carpeta; ella lo hizo. La segunda vez volvía llamar y ella lo hizo otra vez. Pero me dijo que no la volviera a llamar por eso. La tercera vez que dejé la carpeta, llamé a la casa. Mi mamá respondió, y entonces le pedí que me pasara a mi papá.
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